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ISSN 1989-4163

NUMERO 77 - NOVIEMBRE 2016

Visibilidad no es Disponibilidad

Inés Matute

 

     

Meter la pata por comentarios volcados en Internet. Pifiarla por un tweet desafortunado. Todos sabemos de qué hablo, pero, ¿Qué ocurre cuando las cosas se hacen bien y nos llueven las consultas del lector 2.0 que es incapaz de diferenciar entre visibilidad y disponibilidad? Mucho se habla de la importancia de emprender, de poner en marcha algo útil y cobrarlo, pero muy pocos entienden el esfuerzo que conlleva todo ello, y sólo son capaces de ver el resultado, la punta del iceberg. Que no quede -ni en el espacio ni en el ciberespacio- ni rastro de la sangre, sudor o lágrimas vertidas en el camino.

Para muchos profesionales, el mundo virtual es un buen canal para hacer visible su trabajo, una buena herramienta de marketing low cost que además nos permite mantener un contacto cercano y directo con quienes se interesan por lo que contamos/cuentan. Visto así, la Red viene a ser un restaurante japonés donde todo lo que se cocina está a la vista de los comensales. El problema llega cuando hay quienes lo confunden con un buffet libre.

Ser accesible y transparente no implica el “gratis total” que muchos desearían. Escribir en un blog especializado o tener un perfil en Linkedln no implica que tengas que asesorar desinteresadamente a cualquiera que formule una consulta o solicite una recomendación profesional. Responder a dudas y peticiones es algo que en ocasiones hacemos de buen grado, pero no por obligación. Recordemos que quien lo hace es el mismo que crea, vende, gestiona, negocia, administra, promueve y… mil cosas más. Es un “yo me lo guiso yo me lo como” en toda regla. Poco gratificante, por cierto.

Las grandes empresas organizan un día o una semana de puertas abiertas para mostrar lo que hacen; el profesional en la Red “parece” que mantenga las puertas abiertas indefinidamente, para que cualquiera entre y disponga de lo que necesite a placer. Eso de colaborar, compartir y cooperar está muy bien… pero no da de comer. Obsérvese que todo empieza por la sílaba “co”. Pero jamás se menciona la opción de “cobrar”.

Cuando me dedicaba con más entusiasmo a la literatura, no pocos me pedían que les regalase un libro desdeñando los años de trabajo que había detrás y los diez euritos por ejemplar que a mí me cobraba mi editor (en las librerías se comercializaban a 18 euros).  Era algo que me parecía casi insultante, y no podía por menos que pensar: si tanto te gusta leerme, cómpralo, y si no te gusta, ¿para qué me lo pides? Ahora, que me dedico al coaching, todas mis amistades dan por hecho que debo ayudarles a reorganizar sus respectivas vidas por amor al arte. Ello no solo menosprecia mi trabajo, sino que devalúa nuestra amistad. No tengo claro por qué cuando ven un sombrero que les gusta entran en la tienda con ánimo de comprarlo y cuando se ofrece un servicio atractivo -me están saliendo “amigos” hasta debajo de las piedras- se sobrentiende que lo tengo que regalar. Algunos, incluso, tienen la desfachatez de decirme que así “hago prácticas”. Vamos, que me están haciendo un favor.

Queridos míos: las prácticas ya las hice antes de conseguir una titulación oficial. Es más, sin un número determinado de horas, no habría conseguido dicha titulación. Conseguirla, ya que estamos, me costó un riñón en matrículas y clases. Así que, no me hagáis más favores brindándome la oportunidad de trabajar gratis para “practicar”. ¿Acaso vosotros lo hacéis?



 

 

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